miércoles, 30 de marzo de 2011

El retrato como réplica

Ante la palabra Retrato la primera idea que surge espontáneamente es la de la réplica del rostro. Nos hacemos la escena del artista que, pincel en mano, alterna su vista entre las facciones del modelo y su reproducción manual en el lienzo.
Esta operación, sin embargo, supone una determinada forma de mirar al rostro humano. Este no es sólo un accidente sino fundamentalmente un tema poseedor de alguna forma de totalidad. No sólo estamos ante la obsesiva (e imposible) reproducción de todos los rasgos, de los sutiles cambios de luces o del temblor imperceptible de músculos en tiempo real. Estamos ante algo que unifica el rio del rostro en el ojo del pintor o del observador. Ese algo los ata en la medida en que nos permiten identificar a alguien. Se trata de una verdad que puede ser enmarcada, diferenciada y reconocida por otros. Así pues, pensar en una réplica del rostro supone la intuición de que hay algo que reconocer en nuestras caras.

Imagen - Dali de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis corneas virtuales provisionalmente reflejadas en seis verdaderos espejos.

1 comentario:

Gabriela Amorós dijo...

Es cierto, Perrot, que tras la recomposición de un rostro habita una impronta fugaz que consigue paradógicamente como un grabado a fuego postrar la identidad al rasgo.

PD:Por cierto, tu pared cortical... es increíble, me siento como policía drogodependiente que acaba de encontrar un alijo de drogas, para que me entiendas. Fascina.

Saludos miles.